Article de Proyecto 451 (newsletter).
Hace algunas ediciones atrás les compartimos el caso de Stephen Marche, el periodista y autor que escribió su último libro “Muerte de un autor” utilizando tres programas de Inteligencia Artificial: el ya conocido ChatGPT, Sudowrite y Cohere. La propuesta vino de parte de Pushkin Industries, una productora de audio, que pretendía publicar la novela como audiolibro y libro electrónico. El resultado final debía ser una novela generada por computadora en un 95 por ciento y relativamente corta (alrededor de 25.000 palabras). Con respecto al resultado de su trabajo, el autor dice: “Si se mira de cerca, se puede intuir que está escrito a máquina, pero me siento seguro al afirmar que es mucho, mucho mejor que el producto industrial literario de los muchos títulos generados por IA en Amazon en este momento”. Y da sus razones: “Primero, tenía un plan elaborado para el libro. En segundo lugar, tengo una profunda familiaridad con la tecnología, por lo que estaba más consciente de las limitaciones y posibilidades. Finalmente, y por lejos lo más importante, sé cómo es una buena escritura. Sé a quién debe imitar Sudowrite, y sé lo que es una oración pulida y un párrafo verdaderamente terminado”. Para Marche, el análogo más cercano a este proceso es el hip-hop. “Para hacer hip-hop, no necesitas saber tocar la batería, pero sí necesitas poder hacer referencia a toda la historia de ritmos y ganchos. Todo productor se convierte en un archivo; cuanto mayor sea su conocimiento y más coherente su comprensión, mejor será el trabajo resultante. El creador de arte literario significativo de IA será, en efecto, un curador literario”.
Los valores tradicionales de la composición creativa estuvieron completamente vivos durante todo el proceso, dice Marche. La transición de la pintura a la fotografía requirió una reevaluación completa de la naturaleza de la creatividad visual, pero el valor de comprender la forma y el color, el encuadre, la capacidad de reconocer la fugacidad de la emoción a través de un rostro o un paisaje, la necesidad de comprender los materiales de producción, se quedaron. Nada de eso va a desaparecer. Nada de eso se irá nunca. Las herramientas son sólo herramientas. La IA lingüística no es un mesías ni un anticristo. Es una herramienta fundamentalmente misteriosa cuyas desconcertantes incapacidades serán tan sorprendentes como sus maravillosas capacidades, reflexiona (The Atlantic, 5 minutos).
Otra autora que experimenta con Inteligencia Artificial es Joanna Penn. En este podcast que les compartimos habla de su experiencia con estas herramientas y nos acerca un nuevo concepto: “el autor artesanal asistido”. Su intención es supervisar personalmente y hacer a mano sus libros y productos al mismo tiempo que incorpora herramientas creativas y de escritura de IA en su proceso. “Quiero producir libros de mayor calidad y trabajar con las herramientas para profundizar en mis temas y escribir de una manera cada vez más personal que antes”, asegura. El objetivo es hacer que cada libro resuene con su humanidad incluso cuando utiliza herramientas de IA como parte de sus procesos creativos y comerciales (The Creative Penn, 7 minutos).
Distinto es el caso de Chris Cowell, un desarrollador de software que dedicó más de un año a escribir un libro de procedimientos técnicos. Tres semanas antes de su lanzamiento, apareció en Amazon otro libro sobre el mismo tema, con el mismo título. El libro, titulado “Automating DevOps with GitLab CI/CD Pipelines”, al igual que el de Cowell, mencionaba como autora a Marie Karpos, de quien Cowell nunca había oído hablar. Cuando la buscó en línea, no encontró literalmente nada, ni rastro. Fue entonces cuando empezó a sospechar. El libro muestra signos de que fue escrito en gran parte o en su totalidad por un modelo de lenguaje de inteligencia artificial, utilizando software como ChatGPT. Los expertos dicen que esos libros probablemente sean solo la punta de un iceberg de rápido crecimiento de contenido escrito por IA que se extiende por la web a medida que el nuevo software de lenguaje permite que cualquier persona genere rápidamente montones de prosa sobre casi cualquier tema. Lo que eso puede significar para los consumidores son artículos más hiperespecíficos y personalizados, pero también más información errónea y más manipulación (Washington Post, 7 minutos).
Otra polémica sobre la Inteligencia Artificial tiene que ver con la creación de imágenes en los libros ilustrados. En la reciente Feria del Libro Infantil de Bologna, las aplicaciones de IA para la generación de imágenes han sido el foco de muchas discusiones. El potencial amenazante, según muchos ilustradores, de los algoritmos de texto a imagen, fue discutido en profundidad en el seminario “Autores vs Inteligencia Artificial”, donde se ha señalado que estos algoritmos que producen ilustraciones en base a un prompt de texto (de manera similar a lo que hacen los grandes modelos de lenguaje) han sido entrenados con inmensas cantidades de datos extraídos de la web. En base a eso, logran resultados que tienen el potencial de engañar no solo al público, sino también a los artistas y maestros y profesores de arte. Esto significa que cualquier obra visual individual disponible en la web podría haber sido extraída y utilizada para entrenar el algoritmo de IA, sin el permiso de sus autores, infringiendo así los derechos de autor (Aldus Up, 2 minutos).
Para cerrar, a modo de anécdota y si ChatGPT todavía no los asustó, ¿qué pasaría si les dijeramos que el chatbot de OpenAI inventó su propio lenguaje? Uno de los límites de ChatGPT es su incapacidad para recordar conversaciones anteriores, pero como han descubierto algunos usuarios intrépidos, puede sortear esta limitación pidiéndole al chatbot que comprima la conversación actual en una cadena de letras, números y símbolos aparentemente aleatorios que le permitirá continuar justo donde lo dejó en un nuevo chat. Shogtongue (llamado así por los usuarios que lo han descubierto) es un lenguaje de compresión que usa ChatGPT para guardar texto de manera resumida. De esta manera, la IA puede usar el texto comprimido como historial de conversaciones pasadas, existiendo la posibilidad de decodificarlo cuando se requiera dicha información (BGR, 1 minuto).